¿Por qué Mateo y Lucas narran la infancia de Jesús?

Claves teológicas más allá de la resurrección

Desde una perspectiva estrictamente kerigmática, bastaría con proclamar que Jesús es el Hijo de Dios a partir de su resurrección (cf. Rom 1,3-4). De hecho, los primeros anuncios cristianos se centraron en la Pascua. Sin embargo, Mateo y Lucas —los únicos evangelistas que narran la infancia de Jesús— perciben una necesidad teológica más amplia: mostrar que la identidad pascual de Jesús está enraizada en toda su existencia histórica, desde su origen.

Esta preocupación se comprende mejor al compararla con la opción teológica de Marcos. El segundo evangelio inicia directamente con el bautismo de Jesús y allí presenta la filiación divina sin mayores desarrollos narrativos: «Tú eres mi Hijo amado» (Mc 1,11). Marcos no se plantea todavía la cuestión del origen de esa filiación —si se remonta a la concepción o no—, sino que confiesa a Jesús como Hijo en el momento de su manifestación pública. Su interés es eminentemente kerigmático: anunciar quién es Jesús al inicio de su misión.

Mateo y Lucas, en cambio, amplían el horizonte. Para ellos, la pregunta ya no es solo cuándo se manifiesta la filiación divina, sino desde dónde se comprende. Las narrativas de la infancia responden a una reflexión teológica más profunda sobre la identidad de Jesús. Mateo lo sitúa explícitamente en la historia de Israel mediante la genealogía, el cumplimiento de las Escrituras y los grandes marcos narrativos del Éxodo. Lucas, por su parte, subraya la acción gratuita de Dios que irrumpe en lo pequeño y lo marginal, revelando una filiación que se anuncia ya desde la concepción por obra del Espíritu.

En este punto, la respuesta no debe buscarse únicamente en una supuesta tradición oral que se remonte a María, aunque esta no pueda descartarse. El núcleo del problema es teológico: nace de la contemplación creyente del misterio de Jesús, verdadero hombre y verdadero portador de la realidad divina. A la luz de la Pascua, la comunidad cristiana se ve llevada a preguntarse: si Jesús es confesado como Hijo de Dios, o dicho en lenguaje bíblico, como aquel que lleva el Nombre de Dios, ¿cómo pensar su origen sin disolver su humanidad ni convertirlo en un ser mítico?

Aquí las narrativas de la infancia realizan una afirmación decisiva. El nacimiento de Jesús no se sitúa simplemente en continuidad con el mandato creador de Génesis —«Sean fecundos y multiplíquense» (Gn 1,28)—, que presupone la colaboración humana en la transmisión de la vida. En el caso de Jesús, ese dinamismo creacional ordinario aparece suspendido: su concepción acontece por la irrupción de un principio creador superior, la acción soberana del Espíritu Santo. Mateo y Lucas no niegan la verdadera humanidad de Jesús, pero confiesan que su origen no se explica desde la fecundidad humana, sino desde el mismo Espíritu que, según Génesis 1,2, se cernía sobre el abismo caótico al inicio de la creación.

De este modo, la concepción virginal no funciona como un dato biológico aislado ni como un prodigio marginal, sino como una afirmación teológica de gran alcance: en Jesús, Dios inaugura una nueva creación. El Espíritu que da forma, orden y vida allí donde no hay capacidad generadora por sí misma es el mismo que actúa ahora en la historia concreta de Israel y en el seno de María. La filiación divina no aparece como una adopción tardía ni como una ruptura con lo humano, sino como la plenitud de la acción creadora de Dios en la historia.

Finalmente, las narrativas de la infancia cumplen una función hermenéutica decisiva. Desde el inicio orientan la lectura de toda la vida de Jesús: acogida y rechazo, revelación y ocultamiento, obediencia y conflicto. La resurrección no irrumpe como un punto aislado, sino como la revelación plena de una identidad y una misión que Dios había comenzado a tejer desde el origen mismo de su vida.

Así, mientras Marcos proclama la filiación divina desde el bautismo sin retroceder a los orígenes, Mateo y Lucas confiesan que Dios ya estaba obrando desde el comienzo. Para ellos, no bastaba anunciar que Jesús es Hijo de Dios por la resurrección: era necesario mostrar que el Dios creador también engendra al Hijo por medio del Espíritu, la historia de Jesús, se profundiza desde su concepción hasta su Pascua.

Saludos.
Luis Breña

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