Un capítulo profético en la historia de Abram
Lo que este capítulo revela —y a menudo se pasa por alto— es que Abram actúa como profeta: recibe la palabra de Dios, entra en trance, escucha revelaciones escatológicas y contempla una manifestación divina.
El relato paso a paso: palabra, visión y fuego
1. La palabra en visión (Gén 15,1)
"Después de estas cosas fue la palabra de YHWH a Abram en visión..."
La frase “la palabra de YHWH” (dabar YHWH) es una fórmula netamente profética (cf. Jeremías 1,2; Ezequiel 1,3). Aquí no se trata de una intuición interior ni de una sugerencia espiritual: es la voz divina que irrumpe, dirigida a Abram "en visión" (bammaḥazeh).
La Septuaginta traduce esto como ῥῆμα Κυρίου... ἐν ὁράματι, reforzando el carácter profético del encuentro. Lo que sigue no es simplemente narración histórica, sino un diálogo visionario, del tipo que encontramos en Isaías 6 o Ezequiel 1.
2. La promesa y la fe (Gén 15,4–6)
"Y creyó en YHWH, y se le contó como justicia."
Abram responde con fe, y esa fe se le "imputa" como צְדָקָה (ṣĕdāqāh), es decir, como relación correcta con Dios. No se trata solo de creer intelectualmente, sino de entrar en el espacio espiritual del profeta, donde fe, visión y palabra se entrelazan.
Pablo retomará esta misma frase desde la Septuaginta (καὶ ἐλογίσθη αὐτῷ εἰς δικαιοσύνην) para hablar de la justificación por la fe (cf. Romanos 4,3).
El trance sagrado: ¿qué es tardēmāh?
3. El letargo profético (Gén 15,12)
"Y sucedió, al ponerse el sol, que un profundo letargo cayó sobre Abram..."
Aquí encontramos una de las palabras más misteriosas del Antiguo Testamento: תַּרְדֵּמָה (tardēmāh), traducida como “sueño profundo” o “letargo”. Pero no es cualquier sueño. Aparece pocas veces en la Biblia, y siempre en contextos de intervención divina:
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En Génesis 2,21, cuando Dios hace dormir a Adán para crear a la mujer.
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En 1 Samuel 26,12, cuando YHWH induce el sueño a los soldados de Saúl.
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En Job 33,15, como marco de visiones nocturnas reveladas por Dios.
No se trata de inconsciencia, sino de una suspensión de la conciencia ordinaria. Es un estado liminal, donde Dios abre los oídos, el entendimiento, y el corazón.
La Septuaginta traduce tardēmāh como ἔκστασις (ékstasis), término griego que significa literalmente "salida de uno mismo". Es decir, Abram no duerme, sino que entra en una conciencia expandida, similar a los trances de los profetas Ezequiel, Daniel o Pedro en Hechos 10.
Y es en ese estado —ni totalmente despierto ni dormido— donde percibe un terror oscuro y, al mismo tiempo, recibe una revelación histórica: el futuro de su descendencia, la esclavitud en Egipto y el regreso a la tierra prometida (Gén 15,13–16).
La teofanía del horno y la antorcha (Gén 15,17)
"Y he aquí un horno humeante y una antorcha de fuego que pasaban por entre los animales divididos."
Esta imagen final corona el relato. La teofanía ardiente —humo y fuego— es una firma divina. Como en el Sinaí (Éxodo 19,18), Dios se manifiesta con fuego que no consume, sino que revela.
La acción de pasar entre los animales partidos era un símbolo antiguo: significaba que quien pasaba se comprometía bajo juramento de muerte si rompía el pacto. Pero aquí solo Dios pasa, indicando que Él se obliga unilateralmente a cumplir la promesa, incluso ante la futura infidelidad de su pueblo.
Abram, profeta arquetípico
Este capítulo muestra a Abram no solo como receptor de promesas, sino como figura profética plena:
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Escucha la palabra divina.
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Ve en visión.
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Entra en trance (tardēmāh).
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Recibe revelación escatológica.
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Interpreta signos simbólicos.
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Contempla una teofanía.
Es decir, vive todas las dimensiones del profetismo: visión, palabra, trance, interpretación y acción simbólica. Es un antecesor de Moisés, de Ezequiel, figura de lo que será Israel.
Conclusión: cuando la alianza es profecía
Génesis 15 no es solo la historia de una promesa. Es la historia de un hombre que cruza el umbral de la carne y el espíritu, que entra en el fuego del misterio y que escucha a Dios en medio de la oscuridad.
La experiencia de tardēmāh no lo anula, sino que lo transforma. Le permite ver lo invisible, oír lo inaudito y confiar incluso cuando todo parece incierto. Abram el profeta es el símbolo del creyente.
Saludos
Luis Breña
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