lunes, 3 de junio de 2024

La praxis y el Reino de Dios

En esta ocasión , quisiera compartir el artículo de un compañero de estudio en la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, Alberto Coral , con quien he compartido varios cursos. Aunque somos de tradiciones cristiana diferentes, nos une el amor por la Biblia y su acción liberadora y salvífica.

En su artículo "Praxis y reino de Dios: el corazón ético de los cristianismos en Latinoamérica", Alberto Coral explora cómo la praxis y el Reino de Dios son pilares fundamentales de la ética cristiana. A través de un enfoque que vincula la acción interpersonal con el horizonte escatológico de la justicia y la plenitud, este ensayo revela cómo la fe cristiana trasciende la teoría para convertirse en una fuerza transformadora en la vida cotidiana. Este texto invita a reflexionar sobre cómo construir un mundo más justo y fraterno desde la perspectiva cristiana, una lectura indispensable para quienes buscan una comprensión integral y práctica de la ética en la fe.

Luis Breña


                        Por: Luciano Alberto Coral Ospina

Estudiante de teología en la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica

 

 

Introducción

 

La praxis, entendida como la acción orientada hacia el/la otro/a, y el Reino de Dios, concebido como la plenitud de la justicia y la realización plena del ser humano, son dos conceptos fundamentales para comprender la ética cristiana y su visión transformadora de la realidad. La praxis alude a la relación interpersonal, al encuentro concreto y encarnado con el/la prójimo/a, en el que se concretizan valores como el respeto, la fraternidad, la solidaridad y el amor. Por su parte, el Reino de Dios representa el horizonte utópico y escatológico hacia el cual se encamina la acción ética cristiana, un proyecto histórico de liberación y plenitud para los y las oprimidos, hambrientos y marginados.

Reflexionar estas nociones es crucial para entender la ética cristiana en su dimensión práctica y transformadora, pues nos permiten vislumbrar cómo la fe cristiana no se reduce a un conjunto de preceptos abstractos, sino que se encarna en una praxis liberadora y en un compromiso con la construcción de un orden social, político, económico, cultural y religioso más justo y fraterno. La praxis y el Reino de Dios nos invitan a asumir una postura ética que trasciende el individualismo y nos sitúan en una perspectiva comunitaria, en la que la realización personal está indisolublemente ligada a la realización del otro/a u otros/as.

Este ensayo sostiene que la praxis y el Reino de Dios se encuentran relacionados estrechamente, puesto que la primera es consecuencia de vivir y experimentar el reino de Dios desde la ética cristiana. La praxis, como acción encarnada y encuentro con los y las prójimos, es el camino concreto para hacer presente el Reino de Dios en la historia, mientras que el Reino de Dios es el horizonte utópico que orienta y da sentido a la praxis. Ambos conceptos se iluminan mutuamente y ofrecen una visión integral de la ética cristiana, que combina la acción transformadora en el presente con la esperanza de una plenitud futura.

Praxis y reino de Dios: el corazón ético de los cristianismos en Latinoamérica


Es necesario comenzar diciendo que este ensayo no tiene la pretensión de ser exhaustivo, más bien pretende ser un acercamiento sencillo al tema que en el mismo se intenta o pretende abordar. Iniciamos expresando que la palabra praxis es el acto que todo ser humano dirige hacia otro ser humano, es decir, es la acción que una persona orienta hacia otra persona, en donde indudablemente sea cual sea esta acción o acto se produce una relación inter-personal o un cara a cara. En este sentido Enrique Dussel afirma:

[…] praxis es un «acto» que efectúa una persona, un sujeto humano, pero que se dirige directamente a otra persona (un apretón de manos, un beso, un diálogo, un golpe), o indirectamente (por intermedio de algo: por ejemplo, repartir un pedazo de pan; el pan no es persona, pero se reparte a la otra persona) […] La praxis es la manera actual de estar en nuestro mundo ante otro; es la presencia real de una persona ante otra (1986, 16).

Se pude entonces decir que la relación práctica entre personas, basada en el respeto, la fraternidad, la solidaridad, la compasión y el amor, constituyen la esencia de la vida cristiana y del concepto mismo del Reino de Dios.

Por lo tanto, es indispensable manifestar que una persona es persona cuando aquel o aquella se encuentra en relación con otra persona o con otras personas, siendo esenciales en esta relación el rostro y la carne, es decir la corporalidad, posibilitando estos lo que se cataloga como proximidad, es decir en el reconocimiento del otro u otra como prójimo en un ejercicio de alteridad. En este orden de ideas, Enrique Dussel afirma:

Alguien es persona, estrictamente, sólo y cuando está en la relación de la praxis. Una persona es persona sólo cuando está ante otra persona o personas […] El «rostro» indica lo que aparece del otro de su corporalidad, de su realidad «carnal». La «carne» en la Biblia (basár) significa todo el hombre (sin distinción de cuerpo o alma), el que nace, el que tiene hambre, el que muere, el que resucita «La Palabra se hizo carne» (Jn 1,14); no alma ni cuerpo sólo; se hizo «hombre». Cara a cara, persona a persona, es la relación práctica de proximidad, de cercanía como personas. La experiencia de la proximidad entre personas como personas es la que constituye al otro como «prójimo» (próximo, cercano, alguien), como otro; y no como cosa, instrumento, mediación (1986, 17).


Por su parte Juan José Tamayo afirma:

 

La ética de la alteridad implica el respeto del diferente, la práctica del mestizaje, la actitud de la acogida, la comunicación inter-étnica, el diálogo inter-cultural y, sobre todo, el reconocimiento de las alteridades negadas, silenciadas, aplastadas, humilladas. Implica valorar la diferencia como riqueza (2002, 48).

Las comunidades cristianas de los orígenes de cuyas vidas y experiencias de fe nos narran el libro de los Hechos de los Apóstoles, son un ejemplo plausible de esta praxis y vida en común que tiene su base en el amor ágape, donde todo es compartido y es celebrada la eucaristía como expresión concreta de esta misma praxis de amor ágape. En este sentido Enrique Dussel afirma:

Por ello la celebración de la eucaristía en el texto conocido de la Didajé nos muestra a los cristianos primitivos en la pequeña comunidad de Jerusalén u otras, semejantes a las comunidades eclesiales de base que hay hoy en América Latina, habiendo puesto sus vidas realmente en común, sin dejar ningún lugar para el egoísmo, para la mentira (como en el caso de Ananías y Safira: Praxis 5,1-11). Esta comunidad ejemplar (y en este sentido utópica), primera, total, será siempre nuestro ideal y nuestro horizonte práctico (1986, 20).

Por otro lado, la praxis es la satisfacción de todas las necesidades del ser humano, en una acción concreta de afirmación de la vida de las personas, pero que se encamina de igual manera a hacia la naturaleza no vista como objeto sino como sujeto de derechos, y por tanto de protección. Todo esto debe tener como objetivo o meta la plena realización del gozo, la dignidad, la justicia, la solidaridad, la fraternidad y la vida misma. Al respecto Juan José Tamayo afirma:

La solidaridad es la virtud que activa la universalidad y vértebra dicho proyecto. Ahora bien, ser solidario consiste, según Rorty, en hacer cada vez más amplio el mundo del "nosotros". De ahí que una ética universalista hade abogar por una sociedad donde quepamos todos y todas (2002, 48).

Son por eso las comunidades cristianas o cristianismos en Latinoamérica en donde la celebración de la eucaristía debe ser sin lugar a dudas el símbolo de la entrega del fruto del trabajo a los otros y otras como manifestación eficaz del seguimiento de Jesús, el


Cristo, integrando así las relaciones prácticas y productiva en una celebración económica y espiritual. En este sentido Enrique Dussel afirma:

La praxis, como acción y como relación, tiende a la realización integral, que es la felicidad plena, el gozo y la alegría, que son fruto de la satisfacción […] La «satisfacción» como acto de comer y como goce y alegría es negación de la negación (quitar el hambre que es falta de) y positiva afirmación del reino de Dios. Nos dice la Praxis de los Apóstoles: «comían juntos...». Por ello, la vida de la comunidad realizada, justa, final, es una fiesta: «... pasa a la fiesta de tu Señor» (Mt 25,21); por eso los cristianos de la primitiva comunidad alababan en sus casas a Dios «con alegría», con felicidad, con gozo (1986, 20-1).

En este orden de ideas, Juan José Tamayo afirma:

 

La justicia del Reino sigue una lógica desconcertante y comporta un desplazamiento de la idea que comúnmente se tiene de la justicia. Es el caso de las parábolas del hijo pródigo (Le 15, 11-32) y de los viñadores (Mt 20,1-17) […] La idea de justicia está en el centro del mensaje de Jesús, hasta el punto de afirmar: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás seos dará por añadidura". Ahora bien, la idea que Jesús tiene de la justicia va en dirección contraria a la de los escribas y fariseos hipócritas, a quienes acusa de pagar "el diezmo de la hierbabuena, del anís y del comino" y descuidar "lo más importante de la Ley: la justicia, el buen corazón y la lealtad" (Mt 23,23). Por eso osa decir: "Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 5, 20) (2002, 45).

Si consideramos lo anteriormente dicho, se puede entonces afirmar sin temor alguno que el proyecto histórico del Reino de Dios predicado por Jesús de Nazaret es la representación absoluta de la realización plena de los hombres, mujeres, niños y niñas, en donde los y las oprimidos, hambrientos, marginados y afligidos alcanzarán esta plenitud como seres humanos y estarán cara a cara con Dios y con los y las demás hermanos y hermanas, en una alegría que no conocerá límite alguno; sin embargo, es pertinente resaltar que este reino o reinado de Dios no es solo una promesa futura, por el contrario es ya una realidad presente que ha comenzado a manifestarse en la vida colectiva o comunitaria de las personas creyentes en América Latina y el Caribe, guiados ellos y ellas por el Espíritu Santo. Enrique Dussel afirma al respecto que:


El Reino es la realización plena. Los que ahora son pobres: «de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3); los que ahora sufren, «recibirán consuelo»; los que ahora son oprimidos, «heredarán la tierra»; los que ahora tienen hambre, «serán satisfechos»; los que ahora sirven, «serán servidos»; los que tienen el corazón recto, «estarán cara a cara con Dios»; los que luchan por la paz, «serán llamados hijos de Dios». Como puede verse, ante las negatividades actuales, el Reino se presenta como la realización total del hombre, como la positividad absoluta, irreversible, infinita (1986, 21-2).

Para finalizar, no se puede dejar de mencionar que el Reino de Dios siempre va a conservar un carácter utópico y transcendente, con lo cual señala o hace ver la negatividad e injusticia del orden sistémico actual en los contextos latinoamericanos y proyecta un horizonte más allá de cualquier realización histórica llevada a cabo por los seres humanos. En este sentido Enrique Dussel afirma:

El Reino, la trascendencia absoluta con respecto a toda praxis, a todo cara a cara histórico, a toda «comunidad», es siempre un «más allá», un allende a toda realización humana. Es el signo, señal, el horizonte que nos indica: «Todavía esto no es suficientemente bueno, santo, feliz, justo; ¡todavía queda algo que hacer!» El Reino como realidad es algo más que hay que practicar. El Reino como categoría es el horizonte crítico que señala la negatividad, la injusticia, el egoísmo del orden actual, vigente, dominante (1986, 23).

Por su parte Juan José Tamayo afirma: “El imperativo ético, que es de obligado cumplimiento en todo tiempo y lugar, podría formularse así: ¡Colabora en la construcción de una comunidad de iguales (no clónicos), sin discriminaciones de género y con respeto a la diferencia!” (2002, 50). El reino o reinado de Dios es a la misma vez una meta futura concreta de justicia y felicidad, pero también la realización escatológica absoluta que mide y hace crítica a todo proyecto ético personal y comunitario como de igual manera revolucionario.

Conclusiones

 

A lo largo de este ensayo, hemos explorado la praxis, entendida como la acción orientada hacia el/la otro/a y el encuentro interpersonal, y el Reino de Dios, como horizonte utópico y escatológico de liberación y plenitud. Hemos sostenido que ambos conceptos se encuentran estrechamente relacionados, aunque esto no quiere decir que sean


homologables el uno por el otro. La praxis encarna los valores del Evangelio en la realidad cotidiana, mientras que el Reino de Dios orienta y da sentido a esta acción transformadora.

Esta perspectiva nos invita a asumir una ética comunitaria, donde la realización personal está ligada a la realización del otro/o u otros/as. Nos llama a construir relaciones interpersonales basadas en el respeto, la fraternidad, la solidaridad, la justicia y el amor, y a comprometernos con la transformación de estructuras opresivas e injustas.

La praxis y el Reino de Dios nos permiten vislumbrar la profunda dimensión ética del cristianismo, que no se reduce a preceptos morales, sino que se encarna en una praxis liberadora y en la construcción de un orden social, político, económico, cultural y religioso más justo y fraterno. Esta comprensión es fundamental para asumir una ética cristiana integral y transformadora.

Fuentes bibliográficas

 

Dussel, Enrique. 1986. Ética comunitaria. Madrid: Editorial Paulinas.

 

Tamayo, Juan José. 2002. “El cristianismo como ética de la liberación”. Revista de Filosofía No. 41: 31-59.

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