En esta ocasión , quisiera compartir el artículo de un compañero de estudio en la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, Alberto Coral , con quien he compartido varios cursos. Aunque somos de tradiciones cristiana diferentes, nos une el amor por la Biblia y su acción liberadora y salvífica.
En su artículo "Praxis y reino de Dios: el corazón ético de los cristianismos en Latinoamérica", Alberto Coral explora cómo la praxis y el Reino de Dios son pilares fundamentales de la ética cristiana. A través de un enfoque que vincula la acción interpersonal con el horizonte escatológico de la justicia y la plenitud, este ensayo revela cómo la fe cristiana trasciende la teoría para convertirse en una fuerza transformadora en la vida cotidiana. Este texto invita a reflexionar sobre cómo construir un mundo más justo y fraterno desde la perspectiva cristiana, una lectura indispensable para quienes buscan una comprensión integral y práctica de la ética en la fe.
Luis Breña
Por: Luciano Alberto Coral Ospina
Estudiante de teología en la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica
Introducción
Reflexionar estas
nociones es crucial para entender la ética cristiana en su dimensión práctica y transformadora, pues nos
permiten vislumbrar cómo la fe cristiana no se
reduce a un conjunto de preceptos abstractos, sino que se encarna en una
praxis liberadora y en un compromiso con la construcción de un orden social, político,
económico, cultural y religioso más justo y fraterno. La praxis y el
Reino de Dios nos invitan a asumir
una postura ética que trasciende el individualismo y nos sitúan en una perspectiva comunitaria, en la que la realización personal
está indisolublemente ligada
a la realización del otro/a u
otros/as.
Este ensayo
sostiene que la praxis y el Reino de Dios se encuentran relacionados estrechamente, puesto que la primera es
consecuencia de vivir y experimentar el reino
de Dios desde la ética cristiana. La praxis, como acción encarnada y
encuentro con los y las prójimos, es el camino concreto para hacer presente
el Reino de Dios en la historia, mientras que el Reino de Dios es el horizonte
utópico que orienta
y da sentido a la praxis. Ambos conceptos se iluminan mutuamente y
ofrecen una visión integral de la ética cristiana, que combina la acción transformadora en el presente
con la esperanza de una plenitud futura.
Praxis y reino de Dios: el corazón
ético de los cristianismos en Latinoamérica
Es necesario
comenzar diciendo que este ensayo no tiene la pretensión de ser exhaustivo, más bien pretende
ser un acercamiento sencillo al tema que en el mismo se intenta
o pretende abordar. Iniciamos expresando que la palabra praxis es el acto que todo ser humano dirige hacia otro ser
humano, es decir, es la acción que una persona
orienta hacia otra persona, en donde indudablemente sea cual sea esta acción o acto se produce una relación inter-personal o un
cara a cara. En este sentido Enrique Dussel afirma:
[…] praxis es un «acto» que efectúa
una persona, un sujeto humano,
pero que se dirige directamente a otra persona (un apretón
de manos, un beso, un diálogo, un golpe), o indirectamente
(por intermedio de algo: por ejemplo, repartir un pedazo de pan; el pan no es persona, pero se reparte a la otra
persona) […] La praxis es la manera actual de
estar en nuestro mundo ante otro; es la presencia real de una persona
ante otra (1986, 16).
Se pude entonces decir que la relación práctica
entre personas, basada
en el respeto, la fraternidad, la solidaridad, la compasión
y el amor, constituyen la esencia de la vida
cristiana y del concepto
mismo del Reino de Dios.
Por lo tanto,
es indispensable manifestar que una persona es persona cuando aquel o aquella
se encuentra en relación con otra persona
o con otras personas, siendo esenciales
en esta relación el rostro y la carne, es decir la corporalidad, posibilitando estos lo que se cataloga como proximidad,
es decir en el reconocimiento del otro u otra
como prójimo en un ejercicio
de alteridad. En este orden de ideas,
Enrique Dussel afirma:
Alguien es persona, estrictamente, sólo y cuando está en la relación de
la praxis. Una persona es persona
sólo cuando está ante otra persona o personas […] El «rostro» indica lo que aparece del otro de su
corporalidad, de su realidad «carnal». La «carne» en la Biblia (basár) significa todo el hombre (sin distinción de
cuerpo o alma), el que nace, el que tiene hambre, el que muere,
el que resucita «La Palabra
se hizo carne» (Jn 1,14);
no alma ni cuerpo sólo; se hizo «hombre». Cara a cara, persona a persona, es la relación práctica de proximidad, de
cercanía como personas. La experiencia de la
proximidad entre personas como personas es la que constituye al otro
como «prójimo» (próximo, cercano,
alguien), como otro; y no como cosa,
instrumento, mediación (1986,
17).
Por su parte Juan José Tamayo
afirma:
La ética de la alteridad implica el respeto
del diferente, la práctica del mestizaje, la actitud de la acogida, la comunicación
inter-étnica, el diálogo inter-cultural y, sobre todo, el reconocimiento de las alteridades negadas,
silenciadas, aplastadas, humilladas. Implica
valorar la diferencia como riqueza (2002, 48).
Las
comunidades cristianas de los orígenes de cuyas vidas y experiencias de fe nos narran
el libro de los Hechos
de los Apóstoles, son un ejemplo plausible
de esta praxis y vida en común que tiene su base en el
amor ágape, donde todo es compartido y es celebrada
la eucaristía como expresión concreta de esta misma praxis de amor ágape. En este sentido Enrique Dussel afirma:
Por ello la celebración de la eucaristía en el texto conocido de la
Didajé nos muestra a los cristianos
primitivos en la pequeña comunidad de Jerusalén u otras, semejantes a las comunidades eclesiales de base que hay
hoy en América Latina, habiendo puesto sus
vidas realmente en común, sin dejar ningún lugar para el egoísmo, para la
mentira (como en el caso de Ananías y
Safira: Praxis 5,1-11). Esta comunidad ejemplar (y en este sentido utópica), primera, total, será siempre nuestro
ideal y nuestro horizonte práctico (1986, 20).
Por otro lado,
la praxis es la satisfacción de todas las necesidades del ser humano, en una acción concreta de afirmación de la
vida de las personas, pero que se encamina de
igual manera a hacia la naturaleza no vista como objeto sino como sujeto
de derechos, y por tanto de protección. Todo esto debe tener como objetivo o meta la plena realización del gozo, la dignidad, la justicia, la solidaridad, la fraternidad y la vida misma. Al respecto Juan José
Tamayo afirma:
La solidaridad es la virtud que activa la universalidad y vértebra dicho
proyecto. Ahora bien, ser solidario
consiste, según Rorty, en hacer cada vez más amplio el mundo del "nosotros". De ahí que una ética
universalista hade abogar por una sociedad donde quepamos todos y todas (2002, 48).
Son por eso
las comunidades cristianas o cristianismos en Latinoamérica en donde la celebración de la eucaristía debe ser sin lugar a dudas el símbolo de la entrega
del fruto del trabajo a los otros y otras como manifestación eficaz del seguimiento de Jesús, el
Cristo,
integrando así las relaciones prácticas y productiva en una celebración económica y espiritual. En este sentido Enrique Dussel afirma:
La praxis, como acción y como relación, tiende a la realización integral,
que es la felicidad plena,
el gozo y la alegría,
que son fruto de la satisfacción […] La «satisfacción» como acto de comer y como goce y alegría
es negación de la negación
(quitar el hambre
que es falta de) y positiva afirmación del reino de Dios. Nos dice la
Praxis de los Apóstoles: «comían
juntos...». Por ello, la vida de la comunidad realizada, justa, final, es una
fiesta: «... pasa a la fiesta de tu Señor» (Mt 25,21); por eso los cristianos
de la primitiva comunidad alababan en
sus casas a Dios «con alegría», con felicidad, con gozo (1986, 20-1).
En este orden
de ideas, Juan José Tamayo afirma:
La justicia del Reino sigue una lógica desconcertante y comporta un desplazamiento de la
idea que comúnmente se tiene de la justicia. Es el caso de las parábolas del
hijo pródigo (Le 15, 11-32) y de los
viñadores (Mt 20,1-17) […] La idea de justicia está en el centro del mensaje de Jesús, hasta el
punto de afirmar: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás seos dará por
añadidura". Ahora bien, la idea que Jesús
tiene de la justicia va en dirección contraria a la de los escribas y fariseos hipócritas, a quienes acusa de pagar
"el diezmo de la hierbabuena, del anís y del comino" y descuidar "lo más importante de la Ley: la justicia, el buen corazón
y la lealtad" (Mt
23,23). Por eso osa decir: "Si vuestra justicia no es mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 5, 20) (2002, 45).
Si consideramos lo anteriormente dicho,
se puede entonces
afirmar sin temor alguno que el proyecto
histórico del Reino de Dios predicado por Jesús de Nazaret es la representación absoluta de la realización
plena de los hombres, mujeres, niños y niñas,
en donde los y las oprimidos, hambrientos, marginados y afligidos
alcanzarán esta plenitud como seres
humanos y estarán cara a cara con Dios y con los y las demás hermanos y hermanas, en una alegría que no
conocerá límite alguno; sin embargo, es pertinente
resaltar que este reino o reinado de Dios no es solo una promesa futura, por el contrario es ya una realidad presente
que ha comenzado a manifestarse en la vida colectiva o comunitaria de las personas
creyentes en América
Latina y el Caribe, guiados
ellos y ellas por el Espíritu Santo. Enrique Dussel afirma al respecto que:
El Reino es la realización plena. Los que ahora son pobres: «de ellos es
el reino de los cielos» (Mt 5,3); los que ahora sufren, «recibirán consuelo»; los que ahora son oprimidos, «heredarán la tierra»; los que ahora
tienen hambre, «serán
satisfechos»; los que ahora sirven, «serán servidos»; los
que tienen el corazón recto, «estarán cara a
cara con Dios»;
los que luchan
por la paz, «serán llamados
hijos de Dios».
Como puede verse, ante las negatividades actuales,
el Reino se presenta como la realización total
del hombre, como la positividad absoluta, irreversible, infinita
(1986, 21-2).
Para
finalizar, no se puede dejar de mencionar que el Reino de Dios siempre va a conservar
un carácter utópico
y transcendente, con lo cual señala o hace ver la negatividad e injusticia del orden
sistémico actual en los contextos latinoamericanos y proyecta un horizonte más allá de cualquier realización
histórica llevada a cabo por los seres humanos. En este sentido Enrique Dussel afirma:
El Reino, la trascendencia absoluta con respecto a toda praxis, a todo
cara a cara histórico, a toda
«comunidad», es siempre un «más allá», un allende a toda realización humana.
Es el signo, señal, el horizonte que nos indica:
«Todavía esto no es suficientemente bueno, santo, feliz,
justo; ¡todavía queda algo que hacer!» El Reino como realidad es algo más que hay que practicar. El Reino como
categoría es el horizonte crítico que
señala la negatividad, la injusticia, el egoísmo del orden actual, vigente,
dominante (1986, 23).
Por su parte Juan José Tamayo afirma: “El imperativo ético, que es de obligado
cumplimiento en todo tiempo y lugar, podría
formularse así: ¡Colabora en la construcción de una comunidad
de iguales (no clónicos), sin discriminaciones de género y con respeto
a la diferencia!” (2002, 50). El reino
o reinado de Dios es a la misma vez una meta futura concreta de justicia y felicidad, pero
también la realización escatológica absoluta que mide y hace crítica a todo proyecto ético personal y comunitario
como de igual manera revolucionario.
Conclusiones
A lo largo de este ensayo,
hemos explorado la praxis, entendida como la acción
orientada hacia el/la
otro/a y el encuentro interpersonal, y el Reino de Dios, como horizonte
utópico y escatológico de
liberación y plenitud. Hemos sostenido que ambos conceptos se encuentran estrechamente relacionados, aunque esto no quiere decir que sean
homologables el
uno por el otro. La praxis encarna los valores del Evangelio en la realidad cotidiana, mientras que el Reino
de Dios orienta y da sentido a esta acción transformadora.
Esta perspectiva nos invita a asumir una ética comunitaria, donde la realización personal está ligada
a la realización del otro/o u otros/as. Nos llama a construir relaciones interpersonales basadas en el respeto, la fraternidad, la solidaridad, la justicia y el amor, y a comprometernos con la transformación de estructuras opresivas e injustas.
La praxis y el
Reino de Dios nos permiten vislumbrar la profunda dimensión ética del cristianismo, que no se reduce a preceptos
morales, sino que se encarna en una praxis liberadora y en la construcción de un orden
social, político, económico, cultural y religioso más justo y fraterno. Esta comprensión es fundamental para
asumir una ética cristiana integral y transformadora.
Fuentes bibliográficas
Dussel, Enrique.
1986. Ética comunitaria. Madrid: Editorial Paulinas.
Tamayo,
Juan José. 2002. “El cristianismo como ética de la liberación”. Revista de Filosofía No. 41: 31-59.
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