Este hallazgo plantea interrogantes significativos en torno a las prácticas religiosas del yahvismo temprano. ¿Se empleaban sustancias alucinógenas en contextos litúrgicos oficiales? Y si fuera así, ¿con qué finalidad teológica o espiritual?
Una hipótesis de trabajo plausible es que ciertos sectores sacerdotales o círculos carismáticos habrían utilizado estas sustancias con la intención de inducir estados alterados de conciencia, semejantes a aquellos descritos en los relatos bíblicos donde el rúaj YHWH (Espíritu de Yahvé) irrumpe sobre individuos o comunidades.
Un pasaje paradigmático en esta línea es 1 Samuel 10, donde se narra que el joven Saúl, al encontrarse con una cofradía de profetas, entra en un trance extático acompañado de música ritual:
“El Espíritu del Señor se apoderará de ti, profetizarás con ellos, y quedarás transformado en otro hombre” (1 Sam 10,6, Biblia de Jerusalén).
Este episodio articula tres elementos esenciales de la experiencia religiosa extática: música, profecía y transformación subjetiva. Todo ello sugiere un trasfondo en el que la espiritualidad se entendía como una vivencia profundamente sensorial y participativa. En este contexto, cabe preguntarse si el uso ritual de plantas psicoactivas habría funcionado como mediación técnica para reproducir o intensificar dichas experiencias.
Esta práctica, aunque polémica desde parámetros teológicos posteriores, no sería ajena a otras culturas religiosas. En el Perú contemporáneo, por ejemplo, diversas comunidades indígenas emplean la ayahuasca, una planta con propiedades visionarias, como parte de rituales chamánicos con fines espirituales, curativos y de expansión de la conciencia. Al igual que el cannabis en Tel Arad, la ayahuasca no se utiliza meramente como estupefaciente, sino en un marco litúrgico estructurado, donde el trance no se busca como evasión, sino como vía de acceso a lo divino o lo trascendente.
Esta analogía ayuda a comprender que en el antiguo Israel, como en muchas religiones arcaicas, la frontera entre lo físico y lo espiritual no estaba claramente delimitada. La alteración de la conciencia podía concebirse como una vía legítima de encuentro con lo sagrado, al menos antes de la institucionalización del culto en Jerusalén.
Entre culto y carisma: la complejidad del paisaje religioso temprano
El libro de Samuel nos muestra que estos grupos proféticos no operaban al margen del culto formal: ofrecían sacrificios (1 Sam 7,17; 9,12-13), presidían banquetes religiosos y ejercían un liderazgo espiritual reconocido. El vínculo entre éxtasis profético y liturgia sacrificial no era visto como contradictorio, sino complementario.
Este modelo, que podríamos llamar de religiosidad carismática y descentralizada, comenzó a ser cuestionado durante la reforma deuteronomista del siglo VII a.C., impulsada bajo el reinado de Josías (cf. 2 Re 23). Dicha reforma propuso una centralización del culto en el templo de Jerusalén, rechazando santuarios periféricos y prácticas que se consideraban contaminadas por influencias extranjeras o por formas de espiritualidad no reguladas.
Este giro reformista implicó una purificación del culto, pero también una reinterpretación del acceso a lo divino: ahora mediado por la Ley, el templo, y una espiritualidad menos extática y más ética, como lo evidencian los profetas Isaías (Is 1,11-17) y Amós (Am 5,21-24).
Teología del Espíritu: ¿don gratuito o técnica ritual?
Este debate cultual tiene una profunda resonancia teológica. En la tradición bíblica, el rúaj no es algo que pueda manipularse ni provocarse a voluntad. Es un don que sopla donde quiere (cf. Jn 3,8), un principio de vida y libertad que no puede reducirse a técnica, droga o artificio.
Si bien la experiencia espiritual puede incluir el cuerpo, los sentidos y hasta el desborde de la razón, la revelación bíblica insiste en que la verdadera experiencia del Espíritu no nace del control humano, sino de la apertura a la iniciativa divina.
La posible utilización de sustancias como el cannabis en el antiguo Israel nos invita, entonces, a reflexionar críticamente:
¿Hasta qué punto el ser humano ha intentado provocar por medios técnicos lo que, según la fe bíblica, solo puede ser recibido como gracia?
Conclusión
El hallazgo de cannabis en Tel Arad no debe entenderse como evidencia de un culto degenerado o idolátrico, sino como testimonio de una etapa más sensorial y carismática de la religión israelita. Una etapa en la que se buscaba el rostro de Dios no solo en el sacrificio y la Ley, sino también en el éxtasis, el canto y el trance. Como en los rituales amazónicos de ayahuasca, también en Judá pudo haber existido el deseo de tocar lo invisible mediante la expansión de la conciencia.
La historia del culto israelita no es solo un proceso de purificación teológica, sino también el reflejo de una tensión permanente entre técnica y misterio, control y apertura, manipulación y don. Y esa tensión continúa interpelándonos hasta hoy, en cada intento humano por tocar el cielo con las manos.
Saludos
Luis Breña
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